sábado, 16 de noviembre de 2013

Kenya, Hell's Gate y Lago Naivasha

Al noroeste de Nairobi y no muy lejos, ( ¿100 km? ) está la ciudad de Naivasha, en el valle del Rift, territorio de los Kalenjin, tierra de corredores excelsos, de donde son aproximadamente 3 de cada 4 atletas de que, junto a los etíopes, arrasan en cada competición de máximo nivel, olimpiadas y mundiales. El valle del Rift es la tierra de Paul Tergat, Wilson Kipsang y Wilson Kipketer, a mas de 1500 metros de altitud tribus de pastores y paisaje de sabana. David Rudisha, El Orgullo de África, el más grande atleta en activo después de Usain Bolt no es Kalenjin sino Masai y no es coincidencia: la fisionomía del velocista (Y Rudisha casi lo es, empezó corriendo el 400) cuadra más con esa etnia que con la de los Kalenjin, mas finos y resistentes.

Naivasha es también el nombre del lago que se arrulla entre el volcán Longonot y el altiplano, donde habitan pelicanos, cormoranes, garzas e hipopótamos. Más al norte está el impresionante Lago Nakuru, patrimonio de la humanidad, donde habitan los rinocerontes, blancos y negros, a donde iría más adelante. En esta tierra habitan los citados kalenjin (que de manera más general viven más hacia el norte, hacia Eldoret y Kisumu) y los Masai, con sus vestidos rojos, sus orejas deformadas por los pendientes, sus collares y sus inmensos rebaños de vacas, ovejas y cabras. Apenas comen vegetales, solamente carne.



Cuenta la leyenda que en los alrededores del parque nacional de Hell´s Gate (La puerta del infierno) vivía hace 200 años una comunidad masai. Cuando el volcán Longonot entró en erupción mató a la mayoría en un infierno de lava, ceniza y temperaturas extremas. Los supervivientes, unos 50, huyeron a través del desfiladero valle abajo y se asentaron, asustados y dolientes, donde el terreno se lo permitió. Por aquel entonces el jefe de la tribu tenía una hija adolescente extremadamente bella, apasionante. En consonancia con las tradiciones, su padre la conminó a casarse con un anciano a lo que ella se negó. Tras discutir durante un tiempo y ella mantener la negativa, fue desterrada y obligada a caminar desfiladero arriba con el castigo añadido de no poder volver la vista atrás. La princesa, rota, emprendió el camino, obediente, pero tras varios kilómetros a través de las gargantas del valle, no pudo mas y por puro deseo de no olvidar a sus gentes, se volvió un instante. La maldición se consumó y quedó convertida en una inmensa roca. Esa roca está a la entrada del parque nacional.



El parque nacional se recorre en bicicleta, 8 kms de ida y 8 de vuelta en caminos arenosos, 4 euros de alquiler de una Mountain Bike que, en España, no valdría más de 20. La entrada está un kilómetro y medio antes de la roca volcánica mencionada que es propiamente, el comienzo de la sabana y del avistamiento de fauna. Zebras, Impalas (con su particular organización, por un lado el macho alfa y todas las hembras y por otro el grupo de solteros, a cierta distancia), Gacelas de varios tipos y Jirafas son fáciles de ver, pastando placidamente. Cuando con la bici nos aproximamos a una manada de búfalos, mi compañero me dice que, por si acaso, me prepare para pedalear a tope ya que estos impresionantes bóvidos tienen mala uva de vez en cuando. Por suerte están tranquilamente tirados en el césped y ni nos miran.  No logramos ver a los leopardos que son el gran depredador del parque junto a las águilas. El paseo en bicicleta bajo el sol ecuatorial es un contacto salvaje con la naturaleza. Me quemo el cuello y los brazos (Como no!) y, llegados a un punto, tras media hora de pedaleo entre animales y balsas de arena que me obligan a bajarme y empujar, toca caminar y bajar a las gargantas que recorrió la princesa masai, territorio de babuinos y monos que te miran con intensidad humana. Un grupo de franceses comen unos bocadillos y los monos se aproximan a ver si les cae algo. 

Estas gargantas, fruto de la erosión, escupen agua hirviendo, muestra de la enorme actividad volcánica que subyace. El agua, literalmente, quema. Visitamos la cocina del diablo, donde el barro esta ardiendo, descolgándonos por las gargantas. Los masai y nosotros no somos los únicos que hemos transitado este paisaje lunar: Los elefantes lo recorrieron hacia el norte hace siglos en una gran migración en busca de territorios más fértiles. En este parque se rodó Tombraider y se inspiró El Rey León.


Tras alucinar con la salvaje naturaleza del parque, tras mirar a las zebras a los ojos y sentirme en marte en sus desfiladeros, de vuelta, negocio con una local que me de un paseo en barca por el lago Naivasha (1500 Kes, unos 13 euros, tres cuartos de hora de regateo, por 2 horas de paseo en barca), en cuyas riberas se inspiró la escritora Karen Blixen para escribir Memorias de África. La densidad de aves es brutal, con los cormoranes dominando en número, pero con pelicanos de película nadando descuidadamente, patos, garzas y águilas pescadoras. Hasta 400 especies de aves. 



En las riberas, el antílope de agua, una especie de oveja grande marrón y peluda que se mete hasta el pecho en el lago a comer, con aspecto de animal tonto y gregario. Pero, sin duda, lo que me quita el habla y me excita es el hipopótamo. A pesar de no poder acercarte a menos de 20 metros por su extrema agresividad (que, además, no responde a cánones lógicos, ataca porque si) contemplar la grandiosidad de este anfibio es una experiencia fantástica, asomando la enorme cabeza entre los matojos. Arriba y abajo, entro en el agua, me refresco, subo y como un poquito. 


De vuelta a la polvorienta y adorable Nairobi, una hora y media de viaje, con la sensación de haber vivido un día diferente y único, en un paraje menos conocido que otros, pero que ofrece geología, historia, fauna y flora a raudales. De vuelta por el valle del Rift, con luz crepuscular, los Masai pastorean y las zebras me miran, ufanas. Parque nacional de Hell´s Gate y lago Naivasha, en mi retina, en mis pulmones. Donde habitaba el diablo, por donde migraron los elefantes y donde caza el leopardo.

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