lunes, 4 de noviembre de 2013

Tras mi paso por Kenya, Nairobi

Tres semanas conociendo Kenya, un nuevo país, una nueva realidad africana. Desde Europa creemos (o creía) que Africa es mas o menos homogénea, o al menos la denominada Africa subsahariana, uso habitual de los periodistas para señalar a los desgraciados náufragos que intentan alcanzar nuestras costas. Ellos también califican a Europa como un ente. Conocer algo es aprender a distinguirlo.

Kenya, un pais surgido de las colonias inglesas del Africa del este, donde conducen por la izquierda, toman té y desayunan alubias con tomate. El germen del país es el ferrocarril que unía la costa con Kampala, en Uganda, atravesando Nairobi, Kisumu y Eldoret. Nairobi, en el sur, es una ciudad tan grande como Madrid con un downtown (centro) plagado de rascacielos, franquicias y hombres con corbata. No se puede fumar por la calle. Sus habitantes son mayoritariamente cristianos (protestantes), aunque a medida que uno se acerca a la costa se encuentra con mas velos y burkas, en Mombasa. En el downtown, hay una gran mezquita, una iglesia anglicana, otra presbiteriana, varias católicas y un enorme recinto regido por los adventistas del séptimo día. Kenya, multirracial y multireligiosa. Nairobi, como mezclar la tradición inglesa con la realidad africana, con los slums, llamados en sudamerica fabelas o villas miseria.

Downtown de Nairobi.

Me sumerjo en el pais de Tergat y Rudisha, de Froome y lo primero que siento es que van por delante en desarrollo respecto a mi amado Senegal. Hay mas coches (todoterrenos), la gente viste mejor y el urbanismo tiene cierta estructura. Recogen la basura y tienen luz, de manera generalizada. Como en las ciudades en vías de desarrollo, este aparente progreso contrasta con suburbios muy pobres, inmensos, de casas de lata gris y plástico en el suelo como Kibera. La ciudad esta sobrevigilada, con ejercito y guardias de seguridad en centros comerciales, bares y centros turísticos, en parte debido a los recientes ataques islamistas pero, sobre todo, por el crimen (el cual no percibo, pero me lo cuentan) derivado de una estructura social muy desigual en recursos. La clase media vive en recintos cerrados, vallados con espino y seguridad privada, pero vive, existe y se la ve. El desarrollo de un país es el desarrollo de su clase media, es el indicador que mide el progreso y en Nairobi ciertamente la hay. La Universidad de Nairobi luce esplendida, con varios campus, y por las noches los clubs (mezcla de bar y discoteca, de raíz inglesa, con mesas y neón) bullen de trabajadores que bailan rítmica y compulsivamente hip hop americano, nigeriano y sudafricano, Daft Punk, Eminem, Robin Thickle. Allí, donde los jóvenes asalariados, como en España, pasan las noches entre cervezas y roce, anidan prostitutas y taxistas, configurando un cuadro curioso, de dinero y desesperación. 

Si vives en Nairobi, sufrirás atascos a diario. Fuera de las opulentas avenidas del centro, las infinitas carreteras que radicalmente conectan con los suburbios (como Ngong Road, hacia el oeste, donde me alojaba) son de un carril por sentido y arcenes que son a la vez aceras, paradas de autobús y mini mercados donde puedes comprar tabaco o bananas. El transporte público es caótico. Hay buses similares a los españoles, con lineas definidas (radiales, desde el downtown) y Matatus, furgonetas de 15 plazas que recorren a su antojo las avenidas. En cada bus (o Matatu) trabaja el chofer y un ayudante que canta los destinos y cobra a los viajeros. Coger un matatu requiere un plus de sabiduría y riesgo, saber a donde se dirige uno, no coger los vacíos (pararan o rodearan el destino hasta llenarse), saber lo que cuesta, trepar por encima de la gente para alcanzar un mugriento asiento sin espacio para las rodillas, aguantar el hip hop a todo trapo…, pero cuando lo conoces, es barato (entre 0,20 y 0,50 € por trayecto) y hasta se disfruta. Para ir a Karen, distrito al este de la ciudad, bosques y clase media alta, donde se encuentran muchas de las atracciones, normalmente cogía dos, aunque a veces también un motocarro de 4 plazas o hasta de paquete en una moto. Nunca sabes como llegaras a los sitios, solamente que puedes perderte y que la gente, siempre te ayudará. 


Orfanato de elefantes, Karen, Nairobi.

Nairobi, una ciudad cosmopolita, situada a 1660 m de altitud, donde el sol calienta a mediodía pero refresca por la noche. Caminar sus arcenes de tierra, interpelar a sus gentes, quemarme el cuello con el sol ecuatorial… En estas tierras de fauna salvaje y en esta ciudad inmensa, hay un parque nacional con leones, elefantes y jirafas y desde el helipuerto del International Conferential Centre, parece más un bosque que un área metropolitana. La gente me repetía que tuviera cuidado con los robos y yo, solo, caminado entre el polvo, pensaba en memorizar sus negocios callejeros (plantas y muebles desperdigados por las calles) y sus gentes, su estricto calor y sus nubes en el horizonte. Eucaliptus y monos por las calles, perros huérfanos y trajes impecables. Una ciudad que aglomera un país de 51 años de historia, de 42 tribus y de múltiples religiones. Suena el himno y nos paramos en la calle: no se puede caminar al oír el himno, por respeto. En el centro una comitiva enorme aguarda a que el presidente Uhuru Kenyatta salga de la iglesia; calles cortadas y miles (literalmente) de militares, choferes y acompañantes protegen a un puñado de curiosos entre los que no me encuentro. Cerveza Tusker por la noche. Un país con una historia de violencia, de recursos limitados, turismo excelso y culturas ancestrales con una capital bulliciosa y sorprendente.


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