viernes, 2 de mayo de 2014

Lugares: Estambul

Ciertas ciudades son un reflejo de su pasado colonial y de sus raíces ancestrales. Así Senegal, mi Senegal, Dakar, Tambacounda o Kedougou no pueden entenderse sin entender Francia, sus comidas, sus intelectuales; en Nairobi conducen por la izquierda y consumen té a todas horas. En la misma España, Granada, Córdoba o Sevilla son el recuerdo andalusí, con su flamenco evocador o su arquitectura de minaretes y calles de zoco. Sin embargo, quedan en el mundo ciudades que han sido siempre capitales de si mismas: Londres es una, imperial, monárquica, garante de libertades. Roma sería el máximo exponente y todo eso, en Estambul, es nítido desde que aterrizas. Los turcos siempre fueron turcos (otomanos otrora) durante tres imperios. Primero fue Bizancio, luego Constantinopla y después Estambul. El imperio romano acaba aquí y la edad media también. Estambul es la historia de la humanidad, escenario de cruzadas en el medievo, caída de imperios, la primera guerra mundial, todo sucedió a orillas del Bósforo. Por Estambul transita todo el tráfico marítimo ruso y ucraniano hacia el Mármara y el mediterráneo, por debajo de sus maravillosos puentes. Por estar entre dos continentes, dicen de ella que es un crisol, un cruce de culturas. Yo percibí algo distinto, la pureza turca, la manera europea de entender el islam. Me recordó a Roma, caótica, enorme (15 millones de almas), callejera, cosmopolita.

¿Que es Estambul? Imperial, ante todo. Sus monumentos son apabullantes. Hagia Sofia (Que significa divina sabiduría y no Santa Sofia) es el reflejo perfecto del transitar de los siglos. Su grandiosidad, sus columnas traídas (algunas) desde el Templo de Artemisa de Efeso (una de las siete maravillas de la antigüedad) nos retrotraen al pasado romano, a cuando Constantino el grande trasladó la capital del imperio romano a ese cruce de caminos que era Bizancio, Constantinopla desde entonces. Construida en el siglo VI, sus excelsos mosaicos dorados muestran el pasar de los siglos, las corrientes artísticas. Cuando Mehmet el Conquistador entró en Constantinopla en 1453, pasó a ser una mezquita, dejando atrás su pasado como catedral ortodoxa y, brevemente tras la cuarta cruzada,  sangre y fuego catedral católica romana. Los musulmanes taparon los iconos, en sintonía con sus creencias pero no los destruyeron. Solamente los terremotos, durante 15 siglos, han vaciado algunos mosaicos, derruido alguna bóveda, pero es un símbolo único en la historia de la humanidad, de sus religiones, de su arquitectura, de sus artes figurativas.

Alrededor del Bósforo, maravillosas mezquitas de los siglos XV y XVI, como Solemaniye, construida por Soleyman el Magnifico, la Mezquita nueva o la Mezquita azul, sobria, magnífica. A orillas del cuerno de oro, junto al puente de Galata, los mercados, el Gran Bazar y el Mercado de las Especias, nos dan el aire más oriental de la ciudad, el del mercadeo, el regateo infinito. La torre Galata como faro, fortaleza, elevada, medieval, arte Genovés, tras sortear a los madrugadores pescadores, nos permite perder la vista en el horizonte de rascacielos de Taksim, punto clave en la reciente primavera árabe, el hotel Hilton o el Marriott, gigantes de cristal, o en los cargueros que surcan el bósforo camino de Sebastopol, Donetsk u Odessa. Un recuerdo para Ucrania. Estambul no se acaba nunca. Los turcos, musulmanes, amables, machistas, tranquilos, guapos y guapas como pocos, se prestan a conversar, a compartir lo vano y lo trascendente, te invitan a té o a café y se dejan llevar, en su aire más mediterráneo.

¿Que es Estambul? Es la capital simbólica (que no nominal: Ataturk, en 1935, tras fundar la Republica de Turquia, la trasladó a Ankara) del imperio. Los palacios de los sultanes se levantan sobre el Bósforo, donde antes el Imperio Romano de Oriente ubicaron sus posesiones y sus rarezas. Acueductos e infraestructuras civiles, como las Cisternas Basílica, nos recuerdan aquella cultura práctica, inventores del cemento y del arco de medio punto, que dominó el mundo conocido durante siglos. Un imperio es la finca de un emperador y los sultanes ejercieron como pocos. En Topkapi, detrás de Hagia Sofía, el gran palacio imperial, la observancia del lujo excede lo razonable. En el Harén del sultán vivían hasta 300 concubinas, vigiladas por esclavos eunucos negros traídos de Etiopía. La divinidad en la tierra.

¿Qué no es Estambul? Una ciudad europea, ordenada, cuadrada, desde luego. Tampoco es una ciudad árabe, estrecha y baja. Es la ciudad mas importante de un país que crece al 7,5 %, que construye el tercer puente sobre el Bósforo y que acaba de inaugurar Marmaray, un ferrocarril subfluvial que une Asia y Europa, obras civiles de primer orden mundial. Es la capital de los pistachos y de los dulces hojaldrados, del cabello de ángel, del Durum (pan de pita enrollando carne y verduras), de las carnes espaciadas al grill (Kebab) o de las ensaladas de pimiento o tomate. El café turco hierve y tiene un dedo de poso que te mancha los labios tras abrasártelos, metáfora de la propia ciudad. Aeropuertos modernos, atascos históricos, tranvías modernos, calles que se entrecruzan y te desorientan. Un Bershka a diez metros de un mercado de pashmina y kashmir, McDonalds y puestos callejeros de carne, mucho pescado expuesto en las calles, fresco y brillante, oneroso. Camina, habla, ríe, escucha, observa. Una ciudad marítima, ante todo, comercial, sin paseos impuestos de madera y acero inoxidable, solamente un tránsito y el mar como un camino, como una frontera, como una defensa. Las Islas del Principe, sobre el Mármara, de evocadores nombres griegos, son su refugio libre de humos; pinares extensos y silencio, lugar de residencia de Trotsky tras su exilio, ofrecen un paseo tranquilo, pulpo a la brasa y unos calamares rebozados.

Estambul, ruidosa. El turco, su idioma propio de grafía occidental, es único y diferente. Me quedo con las ganas de recorrer Turquia hasta el Kurdistan, orillar el Egeo, la Capadocia, Pammulakke, Efeso. Algún día lo haré, para sentir la vida rural turca, esa que se intuye pero no se comprueba en la metrópoli. Estambul no solo es necesario: es nuestro, de todos, de la humanidad, de católicos, ortodoxos y musulmanes. Morir defendiéndola o conquistándola. Universal, cotidiana. Gran viaje, mejor recuerdo.



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