domingo, 4 de septiembre de 2011

Cuentos de Septiembre

Tras vagar sin rumbo un tiempo indeterminado, decidio parar a la sombra de un tamarindo y pedir consejo a su señor mediante una misiva.

"Querida madre naturaleza:


Ahora que el verano se acaba, ahora que empiezan a llegar los dolores más templados, deseo que una sonrisa siga adornando tu cara de alce.


Llevo más tiempo viajando que el que pase en el palacio del monte Alset, por encima de las nubes de la mañana, y sin embargo, desde sus imaginarias almenas aun contemplo tus senos, aun se dibujan tus eses, aun se camufla tu almohada. Desde que emprendí el trayecto las rectas me parecen menos decoradas por acacias y acebos y entre los arbustos rara vez localizo moras maduras.


Nada me empujo a irme: lo sé. Cada día, a cada momento me atormentan sensaciones de descrédito, alusiones fronterizas. Cada metro que camino echo mas en falta la brújula que siempre señalaba el oeste y, al anochecer, el rojo del ocaso recordando tu silueta. En las posadas que frecuento la comida está rica y, a veces, hasta suculenta pero debo recordar que cuando tenía solo cuatro sentidos aquello que calmaba el apetito nunca movía las hélices. Y en medio el canario voló definitivamente hasta que se quemaron sus alas y ya nunca paro en los peajes intermedios. Mi rutina es tu olvido y tus indicios son corrientes de aire.


Por eso te escribo, señor de los vientos, indícame si el camino que recorro es circular o tendré que desandarlo en el futuro. Hasta no saberlo, me niego a dar un paso más.


Deseando olvidarte te recuerdo. "


Dos día mas tarde, cuando se entumecía esperando el sueño, una estrella fugaz surco el cielo decididamente hacia el este. Sonrió y luego, por la mañana, se cortó el pelo, recogió todos los enseres menos uno y emprendió la marcha.





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